El Flaco Schiavi
El arte para sobrevivir y transformar Roma Geber nació en Hamburgo, Alemania en 1922. Su padre, Felix Geber era oriundo de Polonia, y su madre Betty Brunstein, de origen rumano. Desde temprano, Roma fue una niña soñadora, apartada del mundo ruidoso de la niñez y entregada con sus lápices de colores a plasmar su mundo. Con el tiempo, una gran Ola de nazismo se extendió en Alemania, convirtiéndose en el Holocausto. Era necesario e imperioso escapar de Alemania. De esta manera, en 1941 llega la Familia Geber a la Argentina, un país que les permitió vivir en libertad y construir una nueva vida. Roma inicia su talento pictórico que se manifestó desde muy pequeña, dedicándose por completo al Arte. “Siempre tuve un lápiz y papel conmigo a través del cual dibujar la realidad. Recuerdo que mi Papá me llevo al Museo de Hamburgo y de allí no me quise ir. No podía creer que lo que veía lo había hecho el hombre. Era una maravilla.” Roma se incorpora a la plástica argentina en 1966. Desde entonces, realizó numerosas exposiciones individuales y colectivas dentro y fuera del país, gurando sus obras en importantes colecciones privadas nacionales y extranjeras. Fue distinguida con varios premios municipales, nacionales e internacionales. En el 2000 y 2011, realiza exposiciones en Estados Unidos y en su ciudad natal Hamburgo, donde fue incluida en el libro “Kunst in der Krise”, Arte en crisis, que hace referencia a los artistas marginados por el régimen nazi. En el 2003 es distinguida en Miami, con el premio “Achievement Award” por su dedicación de una vida de arte y cultura. Importantes críticos de arte, manifestaron su apoyo con las siguientes expresiones: Rafael Squirru, 2001: “Contemplar la pintura de Roma es adentrarse en los vericuetos del alma. Una pintura que hace bien al corazón.” Cesar Marini. Cronista Comercial 2003: “La deslumbrante madurez, técnica magni ca que parece que no ha pasado por una técnica difícil, nostálgica, dándonos las llaves de su mundo tan especial.” Gregorio Goldenberg. La Opinión. 1976: “Pintura de clima, de atmósfera, de temperamento, la de Roma Geber, sacando a la luz la escondida historia del mundo que nos rodea.” Dice Roma: "Quiero atrapar una realidad profunda, un sentimiento de fugacidad temporal, para que nos detenga a una reflexión"
De Moises Ville con amor Berta nació en Moisés Ville en 1923, donde vivió una infancia muy feliz junto a sus cuatro hermanos. Su papá era carnicero y con ese trabajo mantenía a toda la familia. Pero a los 14 años, su papá falleció y junto a sus hermanos debieron salir a trabajar para sostenerse económicamente y sobrevivir. Fue muy duro para mí, mi papá era el alma de la familia. En casa se hablaba solamente en idish. El decía: El castellano vamos a saber, y el idish vamos a olvidar. El vino de Rusia sólo. Recuerdo que un shabat se largó a llorar, yo tenía cuatro años. Y cuando él lloraba, lloramos todos. Mi mamá después nos explicó que extrañaba mucho a su familia. Todavía recuerdo ese momento con mucha tristeza. También recuerdo una vez que nos trajo un pianito musical, y mi madre le reclamó: eso cuesta cinco pesos y un par de zapatos cuesta tres pesos. A lo que mi papá le contestó: el pianito es para el alma. Ese era mi papá. Una estrella para mí. Cuando el falleció, enfermo de cáncer, debimos todos salir a trabajar. Nos esforzamos mucho. Y salimos adelante. Yo nunca me quejé. Berta aprendió el o cio de costurera y se dedicó a eso. Para los 17, podía cortar por la mañana, la tela para un vestido y a la tarde estrenarlo en la plaza. Años más tarde, en 1947 se mudaron a la Capital de Buenos Aires, donde Berta continuó cosiendo en el taller de un pariente que confeccionaba pilotos y luego en un pequeño taller familiar que con su marido Isaac, habían armado en su propia casa. Él era sastre y había llegado a la Capital, desde Moisés Ville, a los 18 años. En su casa, tenían cuatro máquinas y llegaban a coser unos 30 chalecos por semana. La madre y hermana menor de Berta vivían con ellos, y ayudaban a la familia a cuidar a sus dos hijos. Berta e Isaac, podían también disfrutar los nes de semana, de ir al cine o al teatro. Una actividad que a Berta siempre le apasionó. Seguramente, inspirada por su padre en la necesidad de nutrir el alma, ante todo. Sus hijos recibieron educación judía, iban a la Comunidad de Bet Am-Medinat Israel, de la calle Jonte. La hija menor viajó a Israel por un año, después de la guerra de los seis días. Todos los lunes despachaba una carta para ella en el correo. Estar lejos, no era como ahora con internet. Cuando pasaba una semana sin recibir noticias, realmente nos preocupábamos. Hace poco más de dos años, su hija falleció. Tenía 63 años. En el mismo período, Berta sufrió una pérdida tras otra, fallecieron su hermana mayor, una amiga y su marido. Su hijo Mario le ofreció llevarla a vivir con él. Pero Berta se negó, habiendo pasado más de 30 años al cuidado de su madre y de su suegra en su casa, no quería hacerle sentir una carga. Hoy, se refugia en la lectura mientras que repasa una vida signada por el esfuerzo, el permanente recuerdo de su padre y el ir siempre para adelante, a pesar de todo.